Armando Palacio Valdés nació en Entralgo, Laviana (Asturias), el 4
de octubre de 1853 y murió en Madrid, el 29 de enero de 1938.
Fue un escritor y
crítico literario español, perteneciente al realismo del siglo XIX.
Armando Francisco
Bonifacio Palacio y Rodríguez-Valdés nació el 4 de octubre de 1853
en la parroquia asturiana de Entralgo, perteneciente al concejo de
Laviana. Era hijo de Silverio Palacio Cárcaba, un abogado de origen
ovetense de ascendencia burguesa, y de Eduarda Rodríguez-Valdés y
Alas, perteneciente a una familia avilesina hidalga y terrateniente.
Fue el mayor de los tres hijos del matrimonio. Sus hermanos también
fueron escritores, el mediano Atanasio (1856-1919) y el pequeño
Leopoldo (1867-1892), bajo el seudónimo Miguel Franco. Su sobrino
Eduardo, hijo de Atanasio, fue político y periodista.
A los seis meses se
traslada con su familia a Avilés, donde su familia materna poseía
tierras y donde su padre trabajaba como abogado en las obras de
dragado de la ría.
Estos dos
escenarios, el rural y montañoso del interior, y el marítimo de
Avilés, nutrirán sus experiencias infantiles, porque, aunque la
familia vive en la villa costera, se trasladan frecuentemente a
Entralgo, donde tenían diversas posesiones. Posteriormente, cuando
el novelista comience a entretejer sus obras literarias con sus
experiencias vitales, mar y montaña servirán como contrapunto
humano y paisajístico de algunas de sus historias.
En 1865 se traslada
a Oviedo para estudiar el Bachillerato, permaneciendo durante los
cinco cursos en la casa de su abuelo paterno. Por entonces leyó en
su biblioteca la Iliada, que le impresionó fuertemente y abrió su
interés por la literatura y la mitología; tras ello se inclinó por
obras de Historia, de las que leyó muchas, sobre todo en francés,
lengua que dominaba.
En los pasillos del
Instituto conoce y entabla amistad con Leopoldo Alas «Clarín»,
Tomás Tuero y Pío Rubín, con quienes asiste y participa de los
fervores revolucionarios de setiembre de 1868 y con quienes comienza
a interesarse por la literatura, especialmente a través de teatro
que escribía Leopoldo Alas y, en compañía de otros amigos,
representaban en el salón de la casa de uno de ellos.
En octubre de 1870,
después de logras su título de bachiller en Artes, se traslada a
Madrid para estudiar Derecho (carrera que concluyó en 1874),
desoyendo las recomendaciones de su padre que pretendía mantenerlo
al cuidado de la hacienda familiar. Ya en su vejez, y en un texto de
trasfondo autobiográfico, recuerda este episodio con nostalgia:
«Creo que mi padre tenía razón. En último resultado me hubiera
convenido más permanecer a su lado, ayudarle en sus negocios,
hacerlos prosperar y dejar transcurrir la vida dulcemente en el
pueblo.»
Desde ese momento,
su vida transcurre ligada a Madrid, donde vuelve a coincidir con
Alas, Tuero y Rubín, con los que comparte pensión y estudios.
Aparte de la carrera
de Leyes, se va introduciendo, casi de soslayo, en la vida y en la
profesión literaria.
Perteneció a la
tertulia del Bilis Club junto con otros escritores asturianos y
redactó con ellos los tres números del efímero periódico Rabagás.
Dirigió la Revista Europea, donde publicó artículos que luego
reunió en Semblanzas literarias. Frecuenta el Ateneo (llegaron a
llamarle "el terror de los bibliotecarios", porque leía
hasta ocho horas diarias y fundó la tertulia de la institución el
salón llamado La Cacharrería), lo que le sirve de inspiración para
los retratos literarios en Los oradores del Ateneo y en El nuevo
viaje al Parnaso donde desfilan conferenciantes, ateneístas,
novelistas y poetas de la época. Escribió también como crítico,
en colaboración con Leopoldo Alas, La literatura en 1881.
Su primera vocación
había sido la de catedrático y durante un trimestre sustitutó a
Félix de Aramburu en la cátedra de Derecho Civil de la Universidad
de Oviedo, y dio clases de Economía Política, una de sus pasiones
intelectuales, en la Escuela Mercantil del Instituto madrileño de
San Isidro.
En aquellas aulas y
pasillos del Ateneo madrileño trabó amistad con Eduardo Medina,
copropietario de la Revista Europea, que le encargó escribiera
algunos textos filosóficos que fueron apareciendo en la revista, de
la que posteriormente, tras un breve paso como comentarista de
internacional por El Cronista -periódico propiedad también de
Medina-, acabó siendo director y dándole verdadero impulso durante
tres largos años.
En la Revista
Europea publicó el joven Palacio Valdés reseñas de la actualidad
cultural de la época, traducciones de algunos y muy significativos
textos de contenido filosófico y religioso -entre ellos El porvenir
de la religión, de Harttmann, y El pesimismo en el siglo XIX, de
E.M. Caro- y sobre todo, una serie de semblanzas entre humorísticas
y críticas que, tras pasar por las páginas de la revista, acabarán
conformando sus tres primeros libros: Los oradores del Ateneo (1878),
Los novelistas españoles (1879) y Nuevo viaje al Parnaso (1879).
Pero esta postura
crítica, en la que a veces desplegaba determinado grado de crueldad
y sobre todo una gran dosis de ironía -compartió postura con
Clarín, con quien publicó a medias La literatura en 1881-, no
satisfacía a un Palacio Valdés, de un carácter bastante amable, y
en 1881 probó suerte en la novela con El señorito Octavio.
A partir de esta
primera novela, que conoció un éxito inmediato, ya que en menos de
un año se realizaron dos ediciones, Palacio Valdés acabó
dedicándose por entero a la narrativa, con alguna incursión
esporádica en el ensayo literario, el libro de memorias o el ensayo
histórico.
A pesar de su
estancia en Madrid, que ya no abandonaría como residencia hasta su
muerte, Palacio Valdés vuelve una y otra vez a Asturias, donde tiene
su familia, sus amistades y donde acaba encontrando el amor. Tras un
breve noviazgo que se había iniciado en la villa marinera de Candás,
donde pasaba unas vacaciones con Leopoldo Alas, el 4 de octubre de
1883, el mismo día en que cumplía 30 años, se casó con Luisa
Maximina Prendes Busto, una joven gijonesa que moriría al año y
medio de matrimonio, dejándole un hijo y un recuerdo permanente que
trasladaría posteriormente a una de sus novelas más emblemáticas,
Maximina (1887).
Tras el
fallecimiento de su esposa, Palacio Valdés abandona la llamada vida
literaria, el mundo de las tertulias, los salones y los teatros, y se
dedica de lleno a su obra narrativa. En poco más de dos décadas, en
el espacio que media entre 1881 y 1903, publica el grueso de su obra
novelesca, entre las que deben anotarse un buen número de obras muy
significativas en el panorama literario de la época y en la
trayectoria de su autor: Marta y María (1883), Riverita (1886), El
cuarto poder (1883), La hermana San Sulpicio (1889), La espuma
(1891), La fe (1892), El maestrante (1893), Los majos de Cádiz
(1896), La alegría del capitán Ribot (1899) o La aldea perdida
(1903). Con la publicación de esta novela, en la que su autor parece
dar un quiebro a su evolución y se replantea, con un acercamiento al
horizonte modernista, algunos de sus procedimientos estilísticos y,
sobre todo, con la aparición tres años más tarde de Tristán o el
pesimismo, en la que reafirma las perspectivas ideológicas y
estilísticas de La aldea perdida, Palacio Valdés, que ya ha pasado
la frontera de los 50 años y ha contraído matrimonio en segundas
nupcias (1899), tras un período de convivencia de ocho años, con la
gaditana Manuela Vega y Gil, decide abandonar la narrativa, en la que
sin embargo volverá a recaer con obras menores, como Santa Rogelia
(1926) o Sinfonía pastoral (1931), alternándolas con libros de
distintos calado e intención, como su autobiografía infantil y
juvenil, La novela de un novelista (1921), o su libro de recuerdos y
reflexiones literarias, Testamento literario (1929), en el que resume
sus puntos de vista sobre el arte literario, que previamente había
desplegado en algunos artículos y prólogos a sus propias novelas.
De este periodo último son también los tres libros que integran el
ciclo del «Doctor Angélico» -una miscelánea y dos novelas- en los
que su autor, a través de la ficción, parece darnos algunas claves
autobiográficas en las que domina el pesimismo junto a una nostalgia
que generalmente se acentúa con el humorismo que de siempre ha
caracterizado a su autor.
En cualquier caso,
este conjunto de libros, especialmente sus novelas, que en algunos
casos alcanzaron cifras de ventas muy destacables y que fueron
traducidas a todos los idiomas, encumbraron a su autor en el panorama
literario de la época y, sobre todo a partir de comienzos del siglo
XX, le valieron homenajes y reconocimientos de todo tipo. A partir de
la muerte de Galdós, fue unánimemente considerado Patriarca de las
Letras Españolas, título honorífico que, si bien no añadía nada
a su carrera y reconocimiento, servía sin embargo para subrayar su
fama y popularidad, que en muchos casos fue ciertamente considerable.
Tras ser elegido
académico de la Lengua en 1906, ocupando el sillón que ese mismo
año había quedado vacante con la muerte de José M.ª de Pereda,
comenzó su época más popular. Ese mismo año los universitarios de
Oviedo le rindieron un homenaje en el teatro Campoamor en el que
participaron figuras como Unamuno, Fermín Canella o un entonces
jovencísimo Ramón Pérez de Ayala. A partir de éste, son numerosos
los homenajes que en distintos lugares se le rinden: Marmolejo,
Valencia, Madrid... y, cómo no, su pueblo natal, Laviana, que
inaugura una Avenida denominada Palacio Valdés, y Avilés, que
rotula con su nombre una de sus más emblemáticas calles y que
inaugura un teatro llamado precisamente Teatro Palacio Valdés en
1920, momento en el que se le condecora con la Orden de Alfonso X. La
capital asturiana, Oviedo, le nombra hijo adoptivo, al igual que
Sevilla, agradecida por haberla elegido como escenario de una de sus
novelas más populares, La hermana San Sulpicio, de la que se han
realizado hasta tres versiones cinematográficas, las dos primeras de
ellas, una muda de 1927 y otra sonora de 1934, con Imperio Argentina
como protagonista. El cine, a pesar de las reticencias iniciales del
propio Palacio Valdés, ayudó a popularizar sus obras, que se han
versionado hasta en trece ocasiones.
Esta fama y
reconocimiento que llegó a conocer en nuestro país tuvo su
correlato también en el extranjero -llegó a decirse en la época
que era más conocido fuera de nuestras fronteras que en España y
que el propio Palacio Valdés escribía con tal objetivo-,
especialmente en los Estados Unidos y en Francia, donde desde 1908
pasaba parte del año, especialmente los veranos, en un chalé
-denominado «Marta y María» en recuerdo de una de sus primeras
novelas- en la localidad de Capbreton, en Las Landas, y donde
compartía tertulia y amistad con significados escritores de la
época, como Paul Margueritte. Con motivo de la primera guerra
mundial, fue enviado por el diario El imparcial como corresponsal a
París, desde donde envió una serie de crónicas de sentido carácter
aliadófilo que posteriormente sería recogidas en el libro La guerra
injusta (1917).
Fue dos veces
nominado al Premio Nobel, en 1927 y 1928, aunque en el primero de
estos años, a pesar de la campaña mediática e institucional que se
desplegó a su favor, su candidatura llegó fuera de plazo y no fue
considerada por la Academia Sueca, que al año siguiente sí la tuvo
en cuenta, aunque finalmente otorgara el premio a la noruega Sigrid
Unset.
Pero no todos fueron
luces en estos años finales de su vida. Mientras se le homenajeaba
en distintos ámbitos y lugares, como hemos visto, su vida personal
sufría distintos reveses. En enero de 1920 moriría su nuera. Dos
años más tarde, su único hijo, quedando al cuidado del novelista
las dos hijas de éste. El propio novelista hubo de superar una grave
enfermedad que hace temer por su vida durante meses y un accidente
que le mantiene imposibilitado y le obliga a utilizar bastón durante
años. Todo ello, acompañado de la enfermedad de su esposa, que le
produce no pocos contratiempos. Sin embargo, supera todas estas
adversidades personales y se adentra en los años 30 con cierto
optimismo, que se refleja en sus últimas obras, sobre todo, en
Sinfonía pastoral, hasta que, en el Madrid cercado de la guerra
civil, víctima de las privaciones inherentes a las condiciones del
cerco y de su propia edad, 84 años, fallece el 29 de enero de 1938.
Sus restos fueron
depositados en el cementerio de La Almudena, de Madrid, hasta que en
1945, cumpliendo la voluntad del novelista, fueron trasladados al
cementerio de La Carriona, en Avilés, donde reposan bajo un hermoso
monumento funerario del escultor Jacinto Higueras.
Fuentes consultadas
https://www.cervantesvirtual.com/portales/armando_palacio_valdes/autor_biografia/
https://es.wikipedia.org/wiki/Armando_Palacio_Vald%C3%A9s
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/palacio_valdes.htm